La valentía de la cultura de la vida
Por Macarena Felhensein
Nos enfrentamos nuevamente al debate sobre el aborto. Personalmente creo que ya todo ha sido
dicho. Sin embargo, mi convicción profunda sobre el valor de toda vida y sobre el valor de la amistad
social me lleva a pensar que el reincidente debate sobre el aborto es mucho más complejo que el
aborto en sí mismo.
Existe un problema de fondo, inquietante, cada vez más profundo: una sociedad fragmentada y
desigual, una sociedad que pronto dejará de ser tal porque el individualismo postmoderno se ha
vuelto política de estado. En su camino, alienta la ilusión de una libertad absoluta que desconoce
cualquier límite y que encierra al ser humano en sí mismo, volviéndolo estéril y poco empático. Una
libertad ególatra que, con tibieza aún, empieza a imaginar que no todos somos iguales.
Legalización del aborto, de las drogas, del juego, de la prostitución. ¡Con qué liviandad se abordan
estos asuntos! ¡Cuanto más fácil es liberarse que ocuparse de la vida concreta del necesitado!
Algunos políticos de escritorio pretenden que la Argentina “se lave las manos” frente a estas
urgentes realidades. Porque cuando la libertad individual es la bandera, indefectiblemente dejamos
de lado al pobre, a la mamá vulnerable, al adicto, a la prostituta, al anciano. Porque en todos los
casos aumenta de forma invisible el desentendimiento por la vida del otro; en todos los casos, se
plantea la posibilidad que como sociedad no nos hagamos cargo de la vida vulnerable; en todos los
casos hay un lento desconocimiento de ese otro que supuestamente nada tiene que ver conmigo.
Y así llegamos a una nueva forma de estar entre nosotros. La discusión sobre la legalización del
aborto abre el camino a una nueva forma de convivencia social donde el fuerte se impone sobre el
débil bajo una apariencia legal inclusiva y moderna. Una nueva forma de estar entre nosotros que
pretende eliminar todo lo que molesta e incómoda para mi proyecto individual. Una nueva forma
de estar entre nosotros donde algunos poderosos consideran que otros menos poderosos no tienen
capacidad de hacerse cargo de su propia vida y proyecto personal debido a su situación social. Una
nueva forma de convivencia social donde, como dije más arriba, todo está armado para
desentendernos del prójimo que sufre.
En este contexto, somos muchos los que creemos que como sociedad debemos asumir el
compromiso de abrazar toda vida; somos muchos los creemos que no hay razones para no estar
atentos a las necesidades de todos para que nadie quede marginado, para que nadie caiga en la
desesperanza. Hay una Argentina que sabe de esto, que no se inquieta ni se deja manipular por el
ethos individualista. Hay una Argentina valiente que hoy se vuelve dique de contención frente a la
cultura del descarte.
Hoy está en riesgo la vida naciente en el seno materno. Hoy está en riesgo cada mujer que queda
embarazada en contexto de vulnerabilidad. Hoy está en riesgo la sociedad toda. Nuestro
compromiso por la vida nos urge, nos interpela y nos anima. Debemos salir del ideal para llegar a la
respuesta concreta, la acción solícita que no pierde el tiempo ni se detiene ante la adversidad. Ya
no importa lo que diga un proyecto de ley, un protocolo, una guía internacional ni las denuncias de
organismos internacionales. El pueblo argentino protege y asiste al débil, el pueblo argentino no
espera al Estado porque se pone de pie antes. El pueblo argentino siempre resuelve y recontruye lo
que el Estado bobo desordena y aplasta. El pueblo argentino es creativo y rebelde. No vamos a
permitir que unos pocos nos hagan creer que ya no merecemos vivir en unidad y amistad social.